Finalmente se confirmaron las sospechas. A Febres lo envenenaron o se envenenó, a instancias de alguien, por supuesto, pero de muerte natural no se murió.
Lo llamaban “Selva” en la ESMA. Era un torturador cruel, tal vez acomplejado porque el “Tigre” Acosta y el resto de la patota lo cargaba y lo menospreciaba. También dicen, con esa ironía de desalmados a la que eran tan afectos, que como todos usaban nombres de animal “Tigre”, “Cuervo” Astiz, “Delfin” Chamorro, “Pingüino” Shelling, le pusieron “Selva” porque él era la síntesis de todo el horror de esos animales que habitaban aquella catacumba infernal.
Además de torturador, Febres, dirigía parte del trabajo esclavo que hacían los prisioneros de la ESMA en las imprentas, falsificando documentación. Su otra tarea era cuidar de las embarazadas que estaban en la Escuela Él las atendía, casi solícito se podría decir, se encargaba de la comida y otros menesteres, claro, sin romper los límites que implicaba el campo de concentración. Febres también se encargaba del destino de los niños que habían nacido en cautiverio. Otros, tal vez o el mismo, quién sabe, hacía el “traslado” de la madre, a los pocos días del parto.
Lo envenenaron con cianuro, paradójicamente, los montos en su época cargaban una pastilla de cianuro para suicidarse antes de la captura, antes de la tortura, antes de cantar… Él que tenía tanta data, que sabía de los oscuros recovecos por los que se arrastraron las alimañas de sus camaradas, a él no lo dejaron cantar…
Y sin embargo, su muerte nos habla de lo mucho que hay silenciar y que quiénes tienen el interés de asegurarse ese silencio, siguen reteniendo contactos y poder en las fuerzas de seguridad, tanto que se pueden limpiar a un humilde prefecto en su propia casa entre sus pares.
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