Por Sandra Russo
Con el calorcito, aparecieron las piernas. Son un paisaje de verano las piernas femeninas. Apenas empieza el calor y las adolescentes van por la calle con minifaldas y sin medias, y las que ya no son tan jóvenes gradúan, según una compleja red de autoimágenes, hasta dónde desean mostrar las suyas, las piernas de las mujeres decoran el paisaje urbano, lo avivan, son algo más para mirar. Los hombres y las mujeres miran las piernas femeninas. Los hombres porque las disfrutan (las que miran, las disfrutan). Las mujeres, para comparar tantos tipos de piernas diferentes a las suyas. Las mujeres tenemos una relación especial con nuestras piernas. Una serie de ritos que cumplimos o no cumplimos define esa relación.
Depilación con cera, con bandas, con prestobarba. Ultima corrección con pinza. Humectación profunda. Incluye pies. Y uñas. ¿Rojas o con brillo, a la francesita o sin nada? Todas ésas son decisiones banales que, sin embargo, destilan el olor a ladrillo de una construcción social. Llevar las uñas rojas y cortas indica algo muy diferente a llevarlas esculpidas. Una mujer de uñas cortas y rojas tiene poco que ver con una de uñas esculpidas. ¿De qué podrían hablar?
En su ensayo Medias Miradas, el sociólogo español Enrique Gil Calvo trabaja el tema de las medias femeninas y de sus mensajes publicitarios desde principios del siglo XX. Entre muchas otras cosas, señala que las medias “parecen un condón que recubre los miembros inferiores de las mujeres, ajustándose como una segunda piel a sus piernas”. Y su función es la de un preservativo de barrera, que cierra las vías de acceso (visual o físico) a las sagradas (y por eso prohibidas) aberturas femeninas.
Hay dos iconos publicitarios históricos y transgeneracionales en relación con las medias. Uno de ellos es el acto de ponerse y quitarse las medias. Todos tenemos esa imagen en la cabeza. La hemos visto. En revistas, en películas, en publicidades. Las medias que se quitan o se ponen no son las asquerosas medibachas, imposibles de llevar con dignidad. Son las otras, las que se quitan o se ponen de a una, las que se usaban en los años ‘40 y ‘50 sin connotación sexual explícita, y reaparecieron hace unos años ya resignificadas por la cultura porno. Esas son medias, claro, que no regulan ninguna abertura. Más bien, la ofrecen.
El otro icono son las piernas cruzadas por encima de las rodillas. Sharon Stone en Bajos instintos, sí. Esa escena en la que ella descruza las piernas sin medias para volver a cruzarlas en el otro sentido, e impunemente deja ver a un puñado de hombres su abertura. Ella muestra lo que debe ser sólo promesa o insinuación porque es una sospechosa de asesinato, y en tanto tal debe generar la sensación de que es capaz de cualquier cosa. Hasta de no usar medias y mostrar la vagina.
Por el contrario, el icono tradicional de las piernas cruzadas, dice Gil Calvo, que describe esa figura como “un triángulo isósceles invertido”. El lado horizontal superior es la línea de las rodillas entreabiertas, y el vértice inferior lo ocupan los pies cruzados por el tobillo para entrelazarse. “De acuerdo al código simbólico del fetichismo masculino, semeja tanto un monte de Venus como, más concretamente, una auténtica vulva, donde el hueco de las rodillas apunta al lugar del clítoris, las dos pantorrillas abrazadas representan la pareja de labios vulgares, y el nudo que forman tobillos y pies, centrando el interés de la imagen, alude directamente al coño propiamente dicho.” Desde 1933, las publicidades de medias de todo el mundo han recurrido a las piernas cruzadas. Y es posible recordar, por ejemplo, una célebre fotografía de Ava Gardner fumando con boquilla y las fabulosas piernas cruzadas: la imagen chorreaba sensualidad.
Este año abundaron las calzas y las leggins: el tobillo está siendo sexuado. Esa nueva abertura en el tobillo manda directamente a los pies, otro fetiche masculino. Pero el verano conspira contra todos estos mecanismos de codificación implícita. Esa funda que son las medias y que permiten mirar a medias la piel femenina, hacen su retirada y lentamente, en estos meses previos a la temporada, la calle se puebla de piel. Estamos siendo invitados al festival de culos y tetas que suelen ser las revistas de actualidad en enero y febrero, cuando la exposición de los cuerpos hace pensar en un camping nudista y, como en cualquier camping nudista, lo que no hay es erotismo.
Con o sin medias, el erotismo nace de lo entreabierto, y nunca de lo evidente. El erotismo reclama lo que falta, que siempre es un poco más.
El show del stripper termina cuando se sacó toda la ropa y ya no tiene secretos. Ya no tiene un poco más.
Con el calorcito, aparecieron las piernas. Son un paisaje de verano las piernas femeninas. Apenas empieza el calor y las adolescentes van por la calle con minifaldas y sin medias, y las que ya no son tan jóvenes gradúan, según una compleja red de autoimágenes, hasta dónde desean mostrar las suyas, las piernas de las mujeres decoran el paisaje urbano, lo avivan, son algo más para mirar. Los hombres y las mujeres miran las piernas femeninas. Los hombres porque las disfrutan (las que miran, las disfrutan). Las mujeres, para comparar tantos tipos de piernas diferentes a las suyas. Las mujeres tenemos una relación especial con nuestras piernas. Una serie de ritos que cumplimos o no cumplimos define esa relación.
Depilación con cera, con bandas, con prestobarba. Ultima corrección con pinza. Humectación profunda. Incluye pies. Y uñas. ¿Rojas o con brillo, a la francesita o sin nada? Todas ésas son decisiones banales que, sin embargo, destilan el olor a ladrillo de una construcción social. Llevar las uñas rojas y cortas indica algo muy diferente a llevarlas esculpidas. Una mujer de uñas cortas y rojas tiene poco que ver con una de uñas esculpidas. ¿De qué podrían hablar?
En su ensayo Medias Miradas, el sociólogo español Enrique Gil Calvo trabaja el tema de las medias femeninas y de sus mensajes publicitarios desde principios del siglo XX. Entre muchas otras cosas, señala que las medias “parecen un condón que recubre los miembros inferiores de las mujeres, ajustándose como una segunda piel a sus piernas”. Y su función es la de un preservativo de barrera, que cierra las vías de acceso (visual o físico) a las sagradas (y por eso prohibidas) aberturas femeninas.
Hay dos iconos publicitarios históricos y transgeneracionales en relación con las medias. Uno de ellos es el acto de ponerse y quitarse las medias. Todos tenemos esa imagen en la cabeza. La hemos visto. En revistas, en películas, en publicidades. Las medias que se quitan o se ponen no son las asquerosas medibachas, imposibles de llevar con dignidad. Son las otras, las que se quitan o se ponen de a una, las que se usaban en los años ‘40 y ‘50 sin connotación sexual explícita, y reaparecieron hace unos años ya resignificadas por la cultura porno. Esas son medias, claro, que no regulan ninguna abertura. Más bien, la ofrecen.
El otro icono son las piernas cruzadas por encima de las rodillas. Sharon Stone en Bajos instintos, sí. Esa escena en la que ella descruza las piernas sin medias para volver a cruzarlas en el otro sentido, e impunemente deja ver a un puñado de hombres su abertura. Ella muestra lo que debe ser sólo promesa o insinuación porque es una sospechosa de asesinato, y en tanto tal debe generar la sensación de que es capaz de cualquier cosa. Hasta de no usar medias y mostrar la vagina.
Por el contrario, el icono tradicional de las piernas cruzadas, dice Gil Calvo, que describe esa figura como “un triángulo isósceles invertido”. El lado horizontal superior es la línea de las rodillas entreabiertas, y el vértice inferior lo ocupan los pies cruzados por el tobillo para entrelazarse. “De acuerdo al código simbólico del fetichismo masculino, semeja tanto un monte de Venus como, más concretamente, una auténtica vulva, donde el hueco de las rodillas apunta al lugar del clítoris, las dos pantorrillas abrazadas representan la pareja de labios vulgares, y el nudo que forman tobillos y pies, centrando el interés de la imagen, alude directamente al coño propiamente dicho.” Desde 1933, las publicidades de medias de todo el mundo han recurrido a las piernas cruzadas. Y es posible recordar, por ejemplo, una célebre fotografía de Ava Gardner fumando con boquilla y las fabulosas piernas cruzadas: la imagen chorreaba sensualidad.
Este año abundaron las calzas y las leggins: el tobillo está siendo sexuado. Esa nueva abertura en el tobillo manda directamente a los pies, otro fetiche masculino. Pero el verano conspira contra todos estos mecanismos de codificación implícita. Esa funda que son las medias y que permiten mirar a medias la piel femenina, hacen su retirada y lentamente, en estos meses previos a la temporada, la calle se puebla de piel. Estamos siendo invitados al festival de culos y tetas que suelen ser las revistas de actualidad en enero y febrero, cuando la exposición de los cuerpos hace pensar en un camping nudista y, como en cualquier camping nudista, lo que no hay es erotismo.
Con o sin medias, el erotismo nace de lo entreabierto, y nunca de lo evidente. El erotismo reclama lo que falta, que siempre es un poco más.
El show del stripper termina cuando se sacó toda la ropa y ya no tiene secretos. Ya no tiene un poco más.
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