En realidad
sólo quería decir eso.
En realidad, la vida es,
pongamos por ejemplo,
una manzana.
Entonces,
uno la mira, la toca,
le hace fiestas,
la besa, le habla
tal vez
hasta dibuja manzanitas
imitándola.
La quiere así, manzana,
rica, pulposa, viva,
indescifrable,
sabia.
Si la quieren romper,
si viene
un bicho, por ejemplo,
un yanqui hijo de puta,
para ser más precisos,
a matarla,
ya no se puede hablar
así nomás de la
manzana.
Hay que matar el bicho,
es necesario
odiarlo,
destruirlo.
Es casi obligatorio
decirle hijo de puta
decirle yanqui hijo de
puta
todos los días,
religiosamente,
y encontrar la manera
de acabarlo.
Por amor a la vida,
simplemente.
En realidad
tal vez
no me he explicado
bien.
Si uno tiene,
pongamos por ejemplo,
un amor, una cosa
que le anda por la piel
por todas partes.
Digamos
Buenos Aires.
Digamos
un octubre, un poema,
una muchacha.
O digamos la esquina
de Nazca y
Tequendama
los domingos, a las seis
de la tarde.
(Estoy casi seguro
que había una esquina así
en Santo Domingo,
que había un viejo,
una silla,
un cielo inverosímil,
muchachos que volvían
del fútbol,
señoras apuradas,
bocinas, qué sé yo
y tal vez
hasta un tipo solitario
como yo
que miraba).
Si uno tiene un amor
entonces,
eso que le camina por la
piel,
decíamos,
y pasa algo,
ocurre
que viene el mal, la
peste, la desgracia
o para no ir más lejos.
vienen
los marines
idiotas,
los cretinos mascadores
de chicle,
odiadores de todo lo que
crece
y desembarcan.
Entonces
ya no se puede hablar
así nomás,
hay que matar la muerte
de algún modo,
hay que pelear con
rabia,
destruirlos,
salirles al encuentro
como sea
y además
decir, decir hijos de
puta,
decir marine yanqui hijo
de puta,
decirlo y masticarlo
y enseñarlo a los chicos
como un rezo.
Por amor a la vida,
simplemente,
me parece.
sólo quería decir eso.
En realidad, la vida es,
pongamos por ejemplo,
una manzana.
Entonces,
uno la mira, la toca,
le hace fiestas,
la besa, le habla
tal vez
hasta dibuja manzanitas
imitándola.
La quiere así, manzana,
rica, pulposa, viva,
indescifrable,
sabia.
Si la quieren romper,
si viene
un bicho, por ejemplo,
un yanqui hijo de puta,
para ser más precisos,
a matarla,
ya no se puede hablar
así nomás de la
manzana.
Hay que matar el bicho,
es necesario
odiarlo,
destruirlo.
Es casi obligatorio
decirle hijo de puta
decirle yanqui hijo de
puta
todos los días,
religiosamente,
y encontrar la manera
de acabarlo.
Por amor a la vida,
simplemente.
En realidad
tal vez
no me he explicado
bien.
Si uno tiene,
pongamos por ejemplo,
un amor, una cosa
que le anda por la piel
por todas partes.
Digamos
Buenos Aires.
Digamos
un octubre, un poema,
una muchacha.
O digamos la esquina
de Nazca y
Tequendama
los domingos, a las seis
de la tarde.
(Estoy casi seguro
que había una esquina así
en Santo Domingo,
que había un viejo,
una silla,
un cielo inverosímil,
muchachos que volvían
del fútbol,
señoras apuradas,
bocinas, qué sé yo
y tal vez
hasta un tipo solitario
como yo
que miraba).
Si uno tiene un amor
entonces,
eso que le camina por la
piel,
decíamos,
y pasa algo,
ocurre
que viene el mal, la
peste, la desgracia
o para no ir más lejos.
vienen
los marines
idiotas,
los cretinos mascadores
de chicle,
odiadores de todo lo que
crece
y desembarcan.
Entonces
ya no se puede hablar
así nomás,
hay que matar la muerte
de algún modo,
hay que pelear con
rabia,
destruirlos,
salirles al encuentro
como sea
y además
decir, decir hijos de
puta,
decir marine yanqui hijo
de puta,
decirlo y masticarlo
y enseñarlo a los chicos
como un rezo.
Por amor a la vida,
simplemente,
me parece.
de Humberto Constantini
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