Hace 80 años, en su modesta chacra de Los Cardales, moría el precursor y principal dirigente del socialismo argentino, Juan B. Justo. Al día siguiente, 9 de enero de 1928, una multitud desconsolada lo despedía acompañando sus restos, que fueron velados en la recién construida Casa del Pueblo, el edificio de la avenida Rivadavia que como un emblema denotaba la relevancia alcanzada entonces por el Partido Socialista.
Durante décadas, el socialismo se desarrolló guiado por ese liderazgo que no llegó a ser desplazado por ningún otro pese a los innumerables y calificados dirigentes que se sucedieron en su conducción a lo largo de más de un siglo: ni las legendarias figuras de Alfredo Palacios, Nicolás Repetto, Mario Bravo, Alicia Moreau, entre tantos, lograron preeminencia sobre quien siempre fue considerado el padre fundador del socialismo argentino.
Inspirador de una fuerza política organizada con vocación de intervención real en la disputa por el poder del Estado –el PS, que José Aricó y Juan Carlos Portantiero, en ensayos memorables, definieran como “el primer partido político moderno de la Argentina”–, Justo imaginó y llevó a la práctica un dispositivo cívico singular que incluyó, además del partido, la creación de sindicatos, cooperativas, bibliotecas populares, universidades libres, recreos infantiles, asociaciones femeninas, periódicos y casas del pueblo en toda la geografía nacional.
Formado en las renovadas corrientes de la ciencia de la época –como médico impuso en el país la asepsia en cirugía–; deslumbrado por las teorías de Karl Marx, fue su primer traductor al castellano pero lo asumió críticamente; asqueado de la “politiquería criolla” –ese clientelismo de taba, naipe y empanada que sustituía en su época la libertad del voto–- fue precursor de una nueva Argentina que aún no llegó a ser, dejó una obra enorme y un mandato hacia el futuro: renovar las prácticas políticas, construir una nación igualitaria, forjar ese socialismo que Rodolfo Mondolfo definiera como “un ideal ético-político de sociedad que aspira a eliminar los intereses particulares en aras de una solidaria búsqueda del bien común”. Para quienes, ocho décadas más tarde, nos toca ser humildes continuadores de su obra, las ideas de Justo –como señalara José Luis Romero– “están vivas y sus palabras resuenan con dramática realidad”.
Por Oscar R. Gonzalez - Secretario general del Partido Socialista.
Durante décadas, el socialismo se desarrolló guiado por ese liderazgo que no llegó a ser desplazado por ningún otro pese a los innumerables y calificados dirigentes que se sucedieron en su conducción a lo largo de más de un siglo: ni las legendarias figuras de Alfredo Palacios, Nicolás Repetto, Mario Bravo, Alicia Moreau, entre tantos, lograron preeminencia sobre quien siempre fue considerado el padre fundador del socialismo argentino.
Inspirador de una fuerza política organizada con vocación de intervención real en la disputa por el poder del Estado –el PS, que José Aricó y Juan Carlos Portantiero, en ensayos memorables, definieran como “el primer partido político moderno de la Argentina”–, Justo imaginó y llevó a la práctica un dispositivo cívico singular que incluyó, además del partido, la creación de sindicatos, cooperativas, bibliotecas populares, universidades libres, recreos infantiles, asociaciones femeninas, periódicos y casas del pueblo en toda la geografía nacional.
Formado en las renovadas corrientes de la ciencia de la época –como médico impuso en el país la asepsia en cirugía–; deslumbrado por las teorías de Karl Marx, fue su primer traductor al castellano pero lo asumió críticamente; asqueado de la “politiquería criolla” –ese clientelismo de taba, naipe y empanada que sustituía en su época la libertad del voto–- fue precursor de una nueva Argentina que aún no llegó a ser, dejó una obra enorme y un mandato hacia el futuro: renovar las prácticas políticas, construir una nación igualitaria, forjar ese socialismo que Rodolfo Mondolfo definiera como “un ideal ético-político de sociedad que aspira a eliminar los intereses particulares en aras de una solidaria búsqueda del bien común”. Para quienes, ocho décadas más tarde, nos toca ser humildes continuadores de su obra, las ideas de Justo –como señalara José Luis Romero– “están vivas y sus palabras resuenan con dramática realidad”.
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