Por María Laura Carpineta
El sargento Alexander Rodríguez hizo lo que pocas veces un oficial colombiano: se arrepintió. Se presentó en la Procuraduría de su zona y dijo que ya no quería ejecutar inocentes para conseguir más días de descanso. Contó cómo él y sus compañeros mataron a varios campesinos, dirigentes sociales e indígenas, y los hicieron pasar por guerrilleros. Los detenían, los esposaban y les daban el tiro de gracia en algún lugar alejado, donde nadie los conocía. Al día siguiente, los nombres de las víctimas aparecían en las siempre nutridas listas de insurgentes muertos en combate. La historia horrorizó a los colombianos y el gobierno de Alvaro Uribe prometió investigar. Mientras tanto, Rodríguez fue sancionado, supuestamente por problemas disciplinarios. Pero su historia es sólo la punta del iceberg. Un iceberg que el año pasado le costó la vida a cerca de mil personas e hizo desaparecer a otras 235.
El sargento Alexander Rodríguez hizo lo que pocas veces un oficial colombiano: se arrepintió. Se presentó en la Procuraduría de su zona y dijo que ya no quería ejecutar inocentes para conseguir más días de descanso. Contó cómo él y sus compañeros mataron a varios campesinos, dirigentes sociales e indígenas, y los hicieron pasar por guerrilleros. Los detenían, los esposaban y les daban el tiro de gracia en algún lugar alejado, donde nadie los conocía. Al día siguiente, los nombres de las víctimas aparecían en las siempre nutridas listas de insurgentes muertos en combate. La historia horrorizó a los colombianos y el gobierno de Alvaro Uribe prometió investigar. Mientras tanto, Rodríguez fue sancionado, supuestamente por problemas disciplinarios. Pero su historia es sólo la punta del iceberg. Un iceberg que el año pasado le costó la vida a cerca de mil personas e hizo desaparecer a otras 235.
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