Mientras aún no se acallan los ecos por la celebración del Bicentenario, podemos ver como otros toman diferentes derroteros, que nosotros alguna vez conocimos, junto con el escarnio y la impotencia que implicaban, porque todos estaban de acuerdo en una cosa, y esa cosa era aplicar las políticas del FMI, igual que hoy vemos que sucede con nuestros hermanos españoles.
En esas lógicas estábamos cuando surgió el kirchnerismo y se aferró a políticas que nos liberaban del consejo y asesoramiento internacional, las que fueron amargamente criticadas. Esas críticas, por supuesto, no eran ingenuas, venían de la matriz del endeudamiento mismo, que no toleraba la introducción de nuevos jugadores y nuevas reglas en el juego que venimos jugando desde que Rivadavia firmó el empréstito con la Baring. Así es como se vislumbró la posibilidad de entorpecer el proceso de desendeudamiento, trabando primero el pago de la deuda, defaulteada alegremente por Rodríguez Saá, con las reservas, el despido del golden boy, el nombramiento de Marcó del Pont, y recientemente se tejieron negros augurios para el canje de la deuda, con la siempre ubicua participación del juez Griessa.
La principal cualidad del kirchnerismo fue devolver la discusión a términos políticos y poblar con debate el escenario que era frecuentado por los “entendidos” que van y vienen como ministros y asesores del gobierno de turno, o consejeros y consultores de los organismos internacionales, en un ida y vuelta que ellos llaman “sinergia” pero que implica que nos caguen indefectiblemente a los pueblos. Desde entonces en una suerte de omertá salvaje, el establishment económico fue consolidando sus críticas al modelo de crecimiento que permitió que la Argentina se levantara del colapso del 2001, anticipo de la actual crisis internacional. Para decirlo más claramente, por si algún sordo no quiere oír, la oposición juega abiertamente a favor de los fondos buitres y lo hace porque muchos de sus componentes y sus chicos mágicos, como Prat Gay, por ejemplo, son ejemplares empleados del FMI.
La bisagra fue el conflicto con los agrogarcas, una vez que se les cayó el falso ingeniero, por el que consiguieron colar algo de corporeidad a su letanía neoliberal, mediante una lectura perversa de la historia, en la que se le adjudicaba al “campo”, un sujeto indefinido y total, un rol protagónico en el surgimiento de la Nación, en una especie de mito fundacional de la patria, construido a marcha redoblada por los multimedios que veían asomar el tratamiento de la ley de medios allá en el horizonte y cerraban filas con la restauración conservadora, de la que por supuesto forman parte, ahora y siempre.
Ahí se perfilaron nítidamente dos caminos, dos formas de mirar el progreso económico. Una centenaria, la del modelo decimonónico de la generación del ´80, que acumuló junto al slogan de “Argentina, granero del mundo” un modelo de exclusión política y social.
Exponentes de esa concepción política se reunieron en la reinauguración del Colón, allí se amalgamaron tilinguería y pacatería con altas dosis de darwinismo social, expresado cabalmente en la felicitación de la diva de los almuerzos a Macri.El vacuo boato macrista supo recluir allí, a lo más granado del gorilaje, con el explícito deseo de emular a los asesinos de la “Conquista del desierto”, y la presencia de algunos de los socios de la dictadura genocida como Magneto.
No se puede negar la envergadura de tamaña hazaña, mientras continúan las protestas de los trabajadores del teatro, al igual que las de los del Diario Crítica que alguna vez dirigió Lanata y las denuncias de los despedidos en los `90 de Canal 13.
La otra viene cruzando la historia argentina desde la pluma de Moreno y la verba encendida de Castelli hasta el sacrificio heroico de Belgrano y San Martín, encarnándose en los movimientos populares, con el ansia libertaria, pero no de una libertad vacía, sino plena de color social. Esa es la que se vio plasmada en los millones de personas que acudieron a festejar el Bicentenario de la Revolución de Mayo. Fervor, pasión, emoción, fueron las palabras que nos recorrieron el cuerpo, el alma y la sangre, haciéndonos sentir, como nunca creo, protagonistas de la historia, herederos y continuadores de tradiciones de lucha y coraje sin límites.
Conmovidos asistimos a una semana de estremecimiento. El 20 de mayo llegaba la marcha de los Pueblos Originarios, que había transitado por los caminos del país durante 8 días hasta arribar a Buenos Aires y ser recibidos por la presidenta, iniciaron con un nuevo rostro los festejos de esta Revolución de Mayo.
En este Bicentenario se reflejó lo que se viene palpando hace un par de años con notable evidencia, para la cadena de la gente linda, que integra la Mesa de Enlace, las organizaciones empresarias que arrastra Clarín, el arzobispado y las corporaciones que defienden a los genocidas de la dictadura, la historia se inscribe en la biografía de unos cuantos próceres y le temen a la movilización.
Mientras que para los movimientos sociales, los pueblos originarios, la militancia y el pueblo, la historia se construye con la urdimbre de millones de vidas comprometidas con una causa continental.
La presencia de los presidentes de Latinoamérica que demuestran una y otra vez su voluntad de unión y transformación en la tradición del pensamiento de San Martín y Bolívar, la invitación a Zelaya, que recibió el mismo trato protocolar que el resto de los presidentes, como en España la reunión con Garzón, implica la invariable defensa de la democracia y la institucionalidad, son gestos, hechos concretos que se plasman en la Galería de los Patriotas Latinoamericanos, que hacen sucumbir a cualquier especulación sobre apropiaciones y oportunismos, que cada tanto aparece con el objeto de rebajar o empañar la magnitud de las decisiones que se toman desde el gobierno nacional.
Millones de personas en la calle, con una alegría inmensa y sin un incidente, los aterrorizan mucho más que las barrabravas más pesadas, es la demostración incontrastable del crecimiento político del pueblo argentino, la partida de defunción de sus roscas políticas a espaldas de las grandes mayorías, el fantasma que recorre América Latina, que está en plena efervescencia política, ideológica y social, dejando atrás el pensamiento neoliberal de los países centrales y con ello, dejando atrás la ilusión corporativa de instalar un modelo a control remoto, en el que la participación del pueblo es nula y todo se debate y se consensa en mesas chicas. Es una relación inversamente proporcional en la que mientras más relevancia tiene la participación menos eficacia tienen los discursos mediáticos.
Millones en los festejos del Bicentenario, gritando, vivando a Chávez, a Lula, a Correa, a Evo, a Cristina, cantando Argentina, Argentina, expresan una felicidad que nos fue escamoteada por muchos años, por muchos burócratas como Cavallo, por muchos pacatos como De La Rúa, por muchos payasos como Menem. Nos vemos en el espejo de Grecia y de España y aprendimos, como decía San Martín: Seamos libres, lo demás no importa nada.
Conmovidos asistimos a una semana de estremecimiento. El 20 de mayo llegaba la marcha de los Pueblos Originarios, que había transitado por los caminos del país durante 8 días hasta arribar a Buenos Aires y ser recibidos por la presidenta, iniciaron con un nuevo rostro los festejos de esta Revolución de Mayo.
En este Bicentenario se reflejó lo que se viene palpando hace un par de años con notable evidencia, para la cadena de la gente linda, que integra la Mesa de Enlace, las organizaciones empresarias que arrastra Clarín, el arzobispado y las corporaciones que defienden a los genocidas de la dictadura, la historia se inscribe en la biografía de unos cuantos próceres y le temen a la movilización.
Mientras que para los movimientos sociales, los pueblos originarios, la militancia y el pueblo, la historia se construye con la urdimbre de millones de vidas comprometidas con una causa continental.
La presencia de los presidentes de Latinoamérica que demuestran una y otra vez su voluntad de unión y transformación en la tradición del pensamiento de San Martín y Bolívar, la invitación a Zelaya, que recibió el mismo trato protocolar que el resto de los presidentes, como en España la reunión con Garzón, implica la invariable defensa de la democracia y la institucionalidad, son gestos, hechos concretos que se plasman en la Galería de los Patriotas Latinoamericanos, que hacen sucumbir a cualquier especulación sobre apropiaciones y oportunismos, que cada tanto aparece con el objeto de rebajar o empañar la magnitud de las decisiones que se toman desde el gobierno nacional.
Millones de personas en la calle, con una alegría inmensa y sin un incidente, los aterrorizan mucho más que las barrabravas más pesadas, es la demostración incontrastable del crecimiento político del pueblo argentino, la partida de defunción de sus roscas políticas a espaldas de las grandes mayorías, el fantasma que recorre América Latina, que está en plena efervescencia política, ideológica y social, dejando atrás el pensamiento neoliberal de los países centrales y con ello, dejando atrás la ilusión corporativa de instalar un modelo a control remoto, en el que la participación del pueblo es nula y todo se debate y se consensa en mesas chicas. Es una relación inversamente proporcional en la que mientras más relevancia tiene la participación menos eficacia tienen los discursos mediáticos.
Millones en los festejos del Bicentenario, gritando, vivando a Chávez, a Lula, a Correa, a Evo, a Cristina, cantando Argentina, Argentina, expresan una felicidad que nos fue escamoteada por muchos años, por muchos burócratas como Cavallo, por muchos pacatos como De La Rúa, por muchos payasos como Menem. Nos vemos en el espejo de Grecia y de España y aprendimos, como decía San Martín: Seamos libres, lo demás no importa nada.
Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.
Miguel Hernández
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