Esta tarde falleció el Padre Contreras, y tal vez ni siquiera podamos empezar a explicar por qué este hombre de modos suaves y andar cansino era tan importante en una provincia tan pacata y convencional.
El Padre Contreras fue un luchador excepcional, su larga trayectoria permitió que su palabra fuera respetada hasta por aquellos que aún dentro de la Iglesia no tenían ni principio de acuerdo con "su opción por los pobres", por los desheredados, los marginados. Fue uno de los sacerdotes tercermundistas, lo que le valió una larga estadía en el desierto lavallino, donde conoció el verdadero rostro de los hombres curtidos por los soles del campo, esos descendientes de los huarpes que son desposeídos permanentemente por jueces y abogados corruptos que fabrican sus títulos de propiedad en el "forum shopping", el mismo que salvó a Moneta de pagar por quebrar el Banco de Mendoza.
También fue capellán de la Penitenciaría, donde conoció el dolor de los hombres que no son tratados como hombres y luego se pretende que se regeneren. Y allí realizó una labor docente, evangélica, social y política, generando talleres y multitud de actividades que permitieran a los presos reinsertarse, y abogó miles de veces ante una sociedad escéptica e hipócrita por los derechos de estos hombres y mujeres que estaban destinados a morir en la sombra.
Su labor continuó en el Barrio La Gloria, una barriada que nació de un asentamiento, una villa, de esas que la dictadura quiso tapar a cal y canto, y que terminó convirtiendo en un gran panóptico experimental. Un barrio estigmatizado como barrio de delincuentes, y en el que el trabajó incansablemente, dando lugar a expresiones culturales y artísticas en busca de integración y que denunció muchísimas veces como el accionar policial permitía la libre circulación de las bandas que acosaban a los vecinos y traficaban con drogas.
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