Contamina: ¿sí o no?
El controvertido estudio de Green Cross, que sentenció que no hubo cambios en la calidad del aire en Gualeguaychú según la medición del dióxido de azufre, obliga a reflexionar si es pertinente la pregunta sobre si Botnia contamina o no.
Desde el inicio del conflicto se ve una urgencia creciente por hallar a alguien que responda a ese interrogante por sí o por no, sin reparar en la trampa que implica esa pregunta. Muchos persiguen que la respuesta sea no para, a renglón seguido, sostener que los cortes de ruta son un sinsentido y los temores, infundados. Otros anhelan que la respuesta sea sí, para exigir que la pastera sea demolida al instante con un cohete disparado desde Gualeguaychú. Nadie parece entender que es como preguntarse si la lluvia moja o no: moja cuando llueve y no moja cuando no llueve.
En términos de contaminación, al tratarse de diferentes parámetros, así como de distintos umbrales aceptables, nadie puede establecer como dictamen que algo contamina sí o no, como si fueran absolutamente distinguibles los dos estados, sin admitir que a partir de la presencia de la pastera, todo es según el color del cristal con que se mire o, para ser más exactos, del límite que se adopte. Aquel fundamentalismo interrogativo sólo puede responderse con un fundamentalismo de signo contrario que dirá que al no existir el impacto nulo, siempre existirá contaminación.
El diccionario define contaminación como la “alteración de la pureza o las condiciones normales de una cosa o un medio por agentes químicos o físicos”. Tácitamente, esa definición avala que la contaminación es resultado de la interacción sociedad-naturaleza, pues nadie considera de ese modo, por ejemplo, al episodio en que un animal muere intoxicado por los gases emanados en una erupción volcánica.
Es una obviedad que la sola presencia de una empresa (con sus inexorables efluentes, aun con el mayor tratamiento posible) en un sitio “virgen”, desde el punto de vista industrial, implica una “alteración de las condiciones normales” anteriores. Los umbrales aceptables (o aceptados) de los distintos agentes químicos o físicos se construyen conforme a una convención: a partir de tal valor la dioxina es contaminante (por su impacto sobre la salud) y por debajo, no. Es como los límites entre países fijados arbitrariamente: así como la naturaleza no “entiende” que lo que ocurre de este lado del río es políticamente “distinto” a lo que ocurre enfrente, el medio ambiente tampoco es “consciente” de por qué el hombre fija tal valor como máximo tolerable para tal sustancia si por debajo del mismo también mueren insectos o plantas que sólo la humanidad considera un daño colateral admisible. Alguien podrá decir que hay más base científica en la fijación de un umbral para un determinado contaminante que para la frontera entre dos países, pero es cierto a medias: en 1944 el mundo celebró el descubrimiento del DDT y lo dispersó maravillado por todo el globo. Hoy está prohibido en todo el planeta.
Por lo tanto, se puede inferir que el umbral que hoy permitiría sentenciar que Botnia contamina o no puede variar en algún tiempo. Y es casi estúpido pretender comprobarlo recorriendo la pastera o midiendo de manera coyuntural tal o cual parámetro: la contaminación no se puede ver ni tocar. Se acumula.
En verdad, aun admitiendo que no existe el impacto cero y aceptando los parámetros contemporáneos, para responder con cierto grado de sinceridad y grandeza a la pregunta de si Botnia contamina debió haberse tomado una “fotografía” del estado ambiental en todas sus variables en el momento anterior a la llegada de la pastera y cotejarlo a lo largo del tiempo para ver cuánto se alejó de la situación original. Y proclamar cuánta contaminación se está dispuesto a tolerar. Gualeguaychú ha dicho que ninguna. Uruguay, bastante más.
Pero nada de eso estuvo en la voluntad de nadie.
Entonces, deseando que aparezca la voz de una deidad, incuestionable, se busca que alguien diga si contamina o no para –según el lado del mostrador en que se esté– quedarse con la conciencia tranquila.
Por Sergio Federovisky - Autor de El medio ambiente no le importa a nadie (Ed. Planeta, 2007) y La historia del medio ambiente (Ed. Capital Intelectual, 2007). Conductor de Contaminación cero por Canal 7.
Desde el inicio del conflicto se ve una urgencia creciente por hallar a alguien que responda a ese interrogante por sí o por no, sin reparar en la trampa que implica esa pregunta. Muchos persiguen que la respuesta sea no para, a renglón seguido, sostener que los cortes de ruta son un sinsentido y los temores, infundados. Otros anhelan que la respuesta sea sí, para exigir que la pastera sea demolida al instante con un cohete disparado desde Gualeguaychú. Nadie parece entender que es como preguntarse si la lluvia moja o no: moja cuando llueve y no moja cuando no llueve.
En términos de contaminación, al tratarse de diferentes parámetros, así como de distintos umbrales aceptables, nadie puede establecer como dictamen que algo contamina sí o no, como si fueran absolutamente distinguibles los dos estados, sin admitir que a partir de la presencia de la pastera, todo es según el color del cristal con que se mire o, para ser más exactos, del límite que se adopte. Aquel fundamentalismo interrogativo sólo puede responderse con un fundamentalismo de signo contrario que dirá que al no existir el impacto nulo, siempre existirá contaminación.
El diccionario define contaminación como la “alteración de la pureza o las condiciones normales de una cosa o un medio por agentes químicos o físicos”. Tácitamente, esa definición avala que la contaminación es resultado de la interacción sociedad-naturaleza, pues nadie considera de ese modo, por ejemplo, al episodio en que un animal muere intoxicado por los gases emanados en una erupción volcánica.
Es una obviedad que la sola presencia de una empresa (con sus inexorables efluentes, aun con el mayor tratamiento posible) en un sitio “virgen”, desde el punto de vista industrial, implica una “alteración de las condiciones normales” anteriores. Los umbrales aceptables (o aceptados) de los distintos agentes químicos o físicos se construyen conforme a una convención: a partir de tal valor la dioxina es contaminante (por su impacto sobre la salud) y por debajo, no. Es como los límites entre países fijados arbitrariamente: así como la naturaleza no “entiende” que lo que ocurre de este lado del río es políticamente “distinto” a lo que ocurre enfrente, el medio ambiente tampoco es “consciente” de por qué el hombre fija tal valor como máximo tolerable para tal sustancia si por debajo del mismo también mueren insectos o plantas que sólo la humanidad considera un daño colateral admisible. Alguien podrá decir que hay más base científica en la fijación de un umbral para un determinado contaminante que para la frontera entre dos países, pero es cierto a medias: en 1944 el mundo celebró el descubrimiento del DDT y lo dispersó maravillado por todo el globo. Hoy está prohibido en todo el planeta.
Por lo tanto, se puede inferir que el umbral que hoy permitiría sentenciar que Botnia contamina o no puede variar en algún tiempo. Y es casi estúpido pretender comprobarlo recorriendo la pastera o midiendo de manera coyuntural tal o cual parámetro: la contaminación no se puede ver ni tocar. Se acumula.
En verdad, aun admitiendo que no existe el impacto cero y aceptando los parámetros contemporáneos, para responder con cierto grado de sinceridad y grandeza a la pregunta de si Botnia contamina debió haberse tomado una “fotografía” del estado ambiental en todas sus variables en el momento anterior a la llegada de la pastera y cotejarlo a lo largo del tiempo para ver cuánto se alejó de la situación original. Y proclamar cuánta contaminación se está dispuesto a tolerar. Gualeguaychú ha dicho que ninguna. Uruguay, bastante más.
Pero nada de eso estuvo en la voluntad de nadie.
Entonces, deseando que aparezca la voz de una deidad, incuestionable, se busca que alguien diga si contamina o no para –según el lado del mostrador en que se esté– quedarse con la conciencia tranquila.
Por Sergio Federovisky - Autor de El medio ambiente no le importa a nadie (Ed. Planeta, 2007) y La historia del medio ambiente (Ed. Capital Intelectual, 2007). Conductor de Contaminación cero por Canal 7.
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