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Verguenza

Subimos un texto que nos envía el periodista y amigo Gabriel Martín.

Un psicólogo me dijo hace un tiempo que lo que le alarmaba de mí era una ridícula capacidad de asombro que periódicamente mostraba con igual proporción de indignación. Me hizo pensar, y especialmente, reprimir ese tipo de reacciones, al fin y al cabo, de qué podría asombrarse uno de este país de mierda, a decir de Arnaldo Pérez Manija.

Pero siempre hay algo. Digamos por ejemplo que la última vez que quedé atónito fue el pasado 28 de junio cuando los comicios mostraban que en los territorios bonaerenses más castigados, de perfil laburante que, aunque con sueldos de mierda, superexplotados y con una terrible percaridad, reingresaron al mercado laboral en los últimos años y decidieron votar a un empresario multimediático y estanciero colombiano de dudoso patrimonio que precisamente propone ajuste. Y palo.

No me asustó que perdiera Kirchner. Me asombró que un outsider neoliberal ganara. Y que ganara en lugares tan humildes. Y que ganara diciendo que había que ajustar, porque de última, Menem ganó con la revolución productiva, salariazo y la toma de las Malvinas a sangre y fuego.

Siguiendo todos los análisis sociológicos que vinieron a la postre, y usando las categorías de Arnaldo Pérez Manija, me resigno a pensar en el “Efecto Obama” por el cual los “negros conurbanos” se sienten más blancos que los de Hurlingham y votan al republicano colombiano.

Concluyo que no es el fin de la historia planteado por Fukuyama, sino simplemente el fin de la política. Al menos la política como uno la estudió hasta la fecha. Así que empecé a regalar mis libros sobre política, peronismo, la década del '60 y '70 hasta que sentí el remordimiento de estar retardándole la conciencia al presunto beneficiario. Dejé de regalar esos libros y confieso, no quemé los que me quedan por una cuestión de principios, cariño y culpa, aunque sea hasta la próxima elección.

Me prometí adquirir una calma oriental. Hasta me convencí que sería fácil después de ver a los estancieros Macri, Solá y De Narváez celebrar una victoria “popular”, nada podría hacer estallar el mercurio.

Pero hace unas semanas empezó la discusión por los porotos de la Ley de Medios que hace dos décadas y media viene dando vueltas pero finalmente llegó el momento de contar las costillas. No le tenía fe porque iba a requerir mucha negociación y, a la luz de la historia, este gobierno demostró negociar casi todo mal y la oposición casi todo bien. Para ellos, claro está.

Como un pelotudo volví a prender la mecha con ese fervor cuasimilitante a medida que leía el proyecto de la ley. No por voluntad propia sino por culpa de la inefable galería de impresentables patrios encabezada por Cleto Cobos, Gerardo Morales y la vedette del momento, Silvia Giudici, más cercana a Zulma Lobato que a Nélida.

Las replicas de Marcelo Bonelli, Gustavo Silvestre y Luis Majul me incitaron literalmente a la violencia física.

Fue entonces cuando apelé a la lógica. Una cosa es ver a los columnistas estrellas del grupo que, o bien tienen premios en acciones del Grupo, por lo que la derrota K del 28 de junio y la disparada hacia arriba en la Bolsa de Londres les redundó en una importante alegría, o como gerentes de cualquier corporación, por alcanzar determinadas metas cobran un bono de premio.

El axioma materialista me cerraba. Me quedaba el consuelo de esos miles de colegas que son pasantes y cobran sólo viáticos, asistentes de producción que cobran el mínimo y laburan de otra cosa para pagar la hipoteca de piso (ya no es derecho) con tasa variable indexada al CER y auditada por el FMI, los movileros y locutores que en el mejor de los casos redondean dos lucas y media. Ellos serían la patria periodística sublevada, el ejército insurgente que sabotearía a las corporaciones que los explotan. Ellos, los colimbas de los medios secundados por algunos veteranos enviados a la Siberia de las redacciones por falta de obediencia, darían la estocada.

Se que suena dramático, pero en términos mediáticos, la Ley de Medios es, casi casi, la Larga Marcha de Mao, en versión democrática burguesa. Yo hubiese preferido un par de palos en el medio, pero la monto-renovadora-aliancista-cavallista-belizista-lopezmurphysta-lililista Patricia Bullrich se escandalizaría por todo lo que no se indignó cuando su gobierno usó fondos de la SIDE para sobornar al Senado de la Nación.

He apelado al morbo. Un morbo masoquista. Quería ver el drama griego del hijo enfrentando al padre. Me tenía que bancar escuchar Radio Mitre, donde a la izquierda de Chiche Gelblung está la Cordillera y padecer TN.

Me duró poco. Un movilero raso, un conscripto del Grupo, sale al aire desde el Congreso de la Nación al momento que la Ley de Medios ingresa en Diputados. “Acaba de entrar la ley mordaza a la Cámara Baja”, dijo. Ni siquiera usó el latiguillo del Grupo de “Ley K”. Tampoco el descalificativo “ley de radiodifusión”. Dijo, repito, ley mordaza. Si lo hubiese dicho el ex progre Tenembaum, no me hubiese alarmado. Si un periodista “censurado” que negoció su rescisión de contrato en una radio por más de un millón de dólares también lo hubiese entendido. Son, por así decirlo, parte del grupo de “nuevos ricos” y “aristócratas” de los medios, por lo que sería hasta lógico. Lo dijo un movilero que, a riesgo de equivocarme por poco, no gana más de dos mil pesos, y calculo que por tener acceso a la información y al estudio, sabe que gana poco más que un explotado cajero de McDonald''s y bastante menos que un camionero. Así y todo, ese movilero que nunca jamás podrá emitir una opinión contraria a los intereses financieros, políticos y culturales de los los CEO de la corporación que lo adoptó como pasante, eligió, en todo el abanico de la lengua castellana, la palabra “mordaza”.

Inmediatamente me vino a la cabeza la guerra gaucha. Uno no puede esperar que Biolcati o Llambías hagan un piquete pidiendo la reforma agraria, pero creía tener derecho a interpelar a alguien que en Florencio Varela lo subieron por cien pesos a un colectivo escolar para ir al Monumento a los Españoles para apoyar a la Mesa de Enlace.

En ese punto el sistema me gana. Concluyo que mis amigos macristas (tengo un amigo macrista) tienen razón y los negros votan cualquier cosa. Por el chori y el vino apoyan al campo y votan a De Narváez.

Pero con el movilero empecé a sentir otra cosa. Ya no estaba indignado. No me calentaba en el mismo punto que el diputado radical Oscar Aguad diciendo que tenían mandato de preservar a los monopolios por diez años.

Algunas cosas hasta me causaban gracia más que pena, como Daniel Vila diciendo que la Ley de Medios era lo peor que le pasó a la democracia, equiparable al 24 de marzo de 1976, inclusive dudando de la fecha.

¿Qué le hace a un movilero o a una presentadora de noticias tomar esas posiciones? En la tele se gana mejor, claro, pero una cosa es ganar bien o muy bien y otra cosa es ser millonario. Buscando entender qué era lo que sentía, puse una FM para despejarme. La conductora decía que si salía la Ley de Medios, no iba a poder elegir más la música que pasaba. Hay una propaganda (no publicidad, propaganda) diciendo lo mismo. Ella no le contaba a su audiencia que las discográficas pagan y digitan con las gerencias de las radios qué temas y que ranking armar, pero la locutora quería hacer creer que todo el aparato publicitario de millones de dólares de Shakira puede sucumbir ante el reclamo popular por una cantante del Talar de Pacheco.

Empecé a darme cuenta qué sentía.

Uno podría sucumbir en la tentación de creer que hay una presión descomunal hasta en los motoqueros de los medios para que hablen en contra de la ley. Hay presión y mucha porque hay miles de millones de dólares en juego, muchos intereses y muchísimo poder, pero también hay grises y grietas. Lo terrible es la indiferencia cuando se apagan los micrófonos y las cámaras de tanta gente que labura en este oficio dominado por tres grupos nada más. Ni siquiera uno pide rebeldía, pero sí algo de dignidad y respeto por uno mismo.

O pedía. Un domingo por la mañana vuelvo a prender la radio, pero busco en el dial una que no está en el centro de la pelea contra el Gobierno por esta Ley de Medios. Me di cuenta que a la locutora que acompaña a la conducta la conocí hace un tiempo con motivo de un paro de operadores de todas las radios por una reivindicación salarial. La conocí durmiendo entre dos sillas porque hace guardias de 24 horas para redondear un sueldo potable. Algo así como trabajo a destajo. Y la escucho a ella hablar de la “Ley K de control de Medios”.

Me di cuenta que lo que estaba sintiendo era vergüenza.



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