Veo la foto de un niño muerto en la playa, parece dormido, su muerte resulta conmovedora y atroz, pero, sin embargo, es una imagen bella, estéticamente, digo, una muerte que no muestra tripas y sangre, rostros contorsionados por el dolor, el hambre y el odio. Y sin embargo, esas muertes son vecinas y cercanas a esta muerte bella.
Todos lloran esta muerte, porque claro esta muerte al fin ha conseguido tocar el corazón de millones de personas que expresan su dolor, aunque no lo hayan sentido y no lo sientan con el sufrimiento humano en sus miles de formas extendido por el mundo.
Lloran esta muerte que ha sido pintada y dibujada y compartida por millones, y ha conseguido que muchísimos habitantes del mundo sientan, por fin, que ofreciendo sus hogares, abriendo las puertas de sus casas pueden hacer algo para que otros niños como Aylan no mueran en la playa, como si estuvieran dormidos en la arena.
Comparten el dolor de esta muerte injusta miles de personas que se sienten buenas personas por compartir esa foto, dibujo, pintura de un niño muerto que parece dormido en una playa extranjera, son las mismas personas que a diario se quejan de los inmigrantes que compiten por los trabajos de los nacionales, que odian ver a nuestros hermanos latinoamericanos en nuestros hospitales, escuelas y universidades y quieren como Macri que esos lugares sean exclusivos para los porteños, porque nos ven extranjeros e ilegales hasta los que vivimos cruzando la General Paz, habiendo nacido en el anchísimo territorio de la Patria que provee a la rica CABA de agua, energía y comida. De hecho, muchos de esos miles votarán a Macri porque estiman que un proyecto de país que no sea inclusivo, especialmente con quienes no tienen el mismo color de su blanca piel, les mejorará en algún sentido la vida.
Es posible que también los que votaran a Amanecer Dorado en las elecciones en Grecia o a los partidos neonazis de Alemania, Austria, Polonia, Hungría, y la extrema derecha en Francia, Holanda, Suecia, Finlandia, o al PP en España, o a Berlusconi en Italia, o a los conservadores en Inglaterra, hagan lo mismo y hasta lloren por Aylan que parece dormido en la arena de una playa turca, porque se sienten tocados de algún modo por esa muerte.
Poco sabrán o querrán saber que esas ideas que votan, llevan a Aylan a morir en una playa turca, huyendo de una guerra que las potencias occidentales crearon, alimentaron y prohijaron en Siria y Medio Oriente, esos partidos, esos dirigentes, esos que a fines del año pasado eran Charlie, como acá eran Nisman los primeros meses del año, como fueron “el campo” en el 2008.
Cada vez está más claro que el Estado Islámico es producto de las políticas imperiales, decididas a apoderarse de los recursos naturales de todo el orbe, pero especialmente del petróleo, los minerales, el gas y el agua.
El plan parece que es borrar las fronteras y poner en su lugar factorías, y desplazar a las poblaciones a campos de refugiados que son iguales a los campos de concentración, y enviar a millones a la diáspora, a ser parias por un mundo que no los recibe, aunque le muestra el brillo de su maravillosa civilización, y los atrae como a los bichos la luz de las lámparas en la noche, pero les cierra las puertas al borde del mismo abismo de sus pobres existencias.
La rueda del mundo es así, cruel, inexorable, injusta, nos la muestran, nos la exhiben y nos dicen que la humanidad siempre fue así, y a ese horror hay que resignar toda esperanza. El problema es que ese mundo de tristeza y sufrimiento infinito te puede alcanzar en cualquier momento, esa posibilidad es directamente proporcional a la indiferencia, a la indolencia y a la complicidad con las ideas que hacen posibles las muertes como las de Aylan.
Tal vez una muerte bella sirva para conmover al mundo y hacerle sentir a todos los que se creen ajenos, que esas tragedias pueden envolvernos a todos.
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